Camboya fue un país que me dejo sin palabras. La estadía en Siem Reap fue de menos de tres días, pero eso alcanzó para enamorarme de sus ruinas y su naturaleza.

La antigua ciudad sagrada de Angkor se encuentra a pocos kilometros de Siem Reap y comprende un numeroso complejo de templos y monumentos construidos entre los siglos IX y XII, que hoy en día son declarados como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

La inmensidad de sus templos no entraban en mi lente ni en mis ojos. Sus muros de piedra, paredes talladas e infinitos rincones y pasillos que invitan a perderse como dentro de un laberinto se disfrutan minuto a minuto. Al amanecer los rayos de sol que se van colando entre arboles y ventanas van revelando lugares mágicos. Mientras que al atardecer las sombras que empiezan a invadir los templos invitan a los intrusos a retirarse, volviendo a reinar la calma.

Lo más lindo de recorrer los templos es observar cómo la naturaleza se ha hecho su lugar con el correr de los años, desplazando toneladas de piedras y creciendo a pesar de todas las adversidades.

La zona arqueológica hace que Siem Reap sea el lugar más visitado del Reino de Camboya, sin embargo, esta ciudad es más que sus templos. Junto al turismo, la pesca y el cultivo de arroz son las principales actividades económicas de la población.

El lago Tonle Sap representa la mayor extension de agua dulce del sudeste Asiático y es el corazón de Camboya. En épocas de lluvia la superficie del lago se quintuplica y la profundidad media cambia de los 2 a los 10 metros. Por este motivo, todas las construcciones de los pueblos que se encuentran en sus orillas se realizan sobre altos pilares de madera, que en la época de sequía quedan al descubierto.

La pesca y los niños son los protagonistas de estos pequeños pueblos, que nos recibieron de brazos abiertos.

En nuestro fugaz e intenso paso por Camboya quedamos deslumbrados con los majestuosos templos, la energía que hay en ellos y la fuerza de la naturaleza (que abre paso por donde desea). Descubrimos un país que aún no se ha recuperado de las numerosas invasiones, guerras y genocidios que ha sufrido. Estuvimos con niños que corren con una sonrisa de oreja a oreja a recibirte, que juegan a la bolita en la calle y que se van de la escuela de a cuatro en una bicicleta. Conocimos personas muy humildes, trabajadoras, amables, alegres y sobre todo resilientes. En definitiva, no dejamos de sorprendernos con su gente y su cultura... y eso es lo lindo de viajar!